mardi 7 février 2017

Québec enero 2017


Yo había olvidado qué cercana estaba la violencia. No solo cerca geográficamente – esto lo sabía desde Charlie Hebdo y el Bataclan – sino también psicológicamente. Pensaba que, de todas las ciudades donde he vivido hasta ahora,  Quebec, donde nací,  crecí, estudié, era la que menos podría sufrir este tipo de locura. Y por seguro, de todos los barrios de Québec, el de la casa familiar era el que estaba más alejado de esto. Alejado del odio y de la estupidez que vivimos en París y en Bruselas, y que el género humano ha distribuido con generosidad por todo el mundo después de tiempos inmemorables.   Pero no, atacaron allí también, el odio y la estupidez. Atacaron en el barrio de mis padres, en la ciudad de mi juventud, donde amé, donde me formé ilusiones sobre el mundo, que todavía no he podido borrar de mí mismo y que no podré borrar nunca.  Así que, lógicamente, me atacaron a mí y a todos que se llaman Québécois.  Tal vez lo merecíamos, porque habíamos olvidado qué cercana estaba la violencia.

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